miércoles, mayo 10, 2006

juegos oníricos

Cierta mañana la cantora

despertó entre las sabanas

que la abrazaban de forma leve,

dispuesta a regalarse a la montaña

junto a la canción mas dulce y

hermosa jamás oída.

Ese día el silencio

reino en el valle

con la solemnidad de lo divino.

** *** **

Cuando encuentres una

puerta no lo dudes;

entra por la ventana.

** *** **

Los camellos cruzan el

desierto con esas

manchas sobre sus lomos

que son los hombres mas

increíbles del mundo. Los mismos

que crean las religiones, y

que las destruyen… que

crean todas las ciencias y las

destruyen. Que crean

el erotismo y el placer, y los destruyen…

Mismo que se destruyen a ellos, hombres,

para volver a crear al hombre,

en la soledad y compañía

inmensa del viento, la arena y los camellos…

Esos camellos que

con sus pasos controlan el

temblar de la arena que

derrumba los medanos y

las dunas, transformándolos

en horizonte, y mas medanos y dunas,

que sobre sus lomos llevan

en el silencio, a los dueños

de todas las lenguas y palabras…,

a los hijos de todos los padres…,

al desierto vuelto hombre.

** *** **

Los ojos cuando son únicamente

una conclusión entre quien los

mira y quien los porte. Así los

entiendo. Amen o Ámen.

** *** **

Intento mostrarte mi

reino, pero soy tan

tonto que no

comprendo que ni yo

lo conozco. Entonces

vos por las noches

me recordas a él. Mismo

tampoco te conozco

y no lo comprendo

** *** **

Luego de que Dios

los encerrara en el

Laberinto del Ser por

cuarenta años, sus hijos

decidieron vengarse.

Finalmente lo mataron.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Volviendo en el tren lleno, me descubrí un hombre. Como el policia aquel, como aquel oficinista. Como el viejo que apretaba fuertemente sus ojos con las llemas del indice y el pulgar. Como el joven con su enamorada. Como el pobre, el trabajador, el manchado. Me vi hecho de la misma fibra. Accidente del mismo ente. Hombre. Como en los andenes los hay, y como en las calles los hay. Portador del tesoro que llamé Aurum. La sacralidad de quien lleva las semillas al huerto.